martes, 26 de julio de 2016

Im Abendrot ("En la puesta de sol") de Richard Strauss

De Richard Strauss siempre se ha dicho que fue el último de los románticos. Con su muerte en 1949 se puso fin a una etapa dorada del post-Romanticismo y a un catálogo musical de quince óperas, poemas sinfónicos, sinfonías y conciertos. A lo largo de su carrera también compuso ciclos de canciones, pero uno, el último, es el que más ha trascendido. Im Abrendrot ("En la puesta de sol") pone habitualmente fin al ciclo, a pesar de que fue compuesta en primer lugar.

Atardecer en los Alpes.
FICHA TÉCNICA

Obra: Im Abendrot, de las Cuatro últimas canciones
Autor: Richard Strauss (Munich, 1864 - Garmisch, 1949).
Año de composición: 1948.
Estreno: La soprano Kirsten Flagstad y la Philharmonica Orchestra de Londres dirigida por Wilhelm Fürtwangler el 22 de mayo de 1950 en el Royal Albert Hall.
Duración: 8 minutos, aprox.
Discografía recomendada: Gundula Jonowitz (soprano), Orquesta Filarmónica de Berlín dirigida por Herbert von Karajan (Deutsche Grammophon).


EL FINAL DE TODA UNA VIDA

Desde sus inicios exitosos como compositor, su reconocimiento internacional por dar una vuelta de tuerca al lenguaje musical post-romántico y el estreno incesante de óperas en compañía de su libretista de confianza, Hugo von Hofmannsthal, Strauss fue un compositor apreciado y reconocido que vivió a la par del destino de Europa y sus avatares políticos. Tras la I Guerra Mundial fue nombrado Director de la Staatsoper de Viena, cargo que ya había ocupado Gustav Mahler, otro de los grandes post-románticos. En 1933, con la llegada de Adolf Hitler al poder en Alemania, es nombrado Presidente de la Cámara de Música, cargo que ocupará pese a ser contrario a la prohibición de la música no aria y a la política de prohibición de las obras de compositores como Debussy o el propio Mahler. Tras la muerte de Hofmannsthal en 1929, su libretista es Stefan Zweig, el cual es judío. Nuestro compositor mantiene con él su relación profesional e incluso sale en su defensa:


¿Cree que yo me conduzco en todos mis actos pensando "soy alemán"?
¿Cree usted que Mozart era consciente de ser "ario"  cuando componía?
Sólo conozco dos tipos de personas: las que tienen talento y las que no la tienen.

Strauss se dirige al auditorio en una reunión de
compositores en Berlín (1934).
Esta carta, dirigida al propio Zweig en 1935, será interceptada por la Gestapo y remitida a Hitler, quien destituirá a Strauss de su cargo, si bien mantendrá el aprecio, pues no en vano se le encargará el Himno para los Juegos Olímpicos de Berlín un año después.

El compositor, aunque hace una crítica velada al III Reich en su ópera Un día de paz (1938), a cuyo estreno acudió Hitlter, seguía acudiendo a actos del partido, utilizando la influencia a conveniencia. Así, cuando la familia de su nuera fue internada en un campo de concentración  por su ascendencia judía. En 1942, con la Guerra en pleno fragor, se trasladará a Viena e, iniciado 1945, escribiría en su diario:


El periodo más terrible de la historia humana se ha terminado, el reinado de 
doce años de bestialidad, ignorancia y destrucción de la cultura por parte
de los mayores criminales, durante el cual los dos mil años de la 
evolución cultural de Alemania llegaron a su fin.

En abril, pocas semanas antes de la finalización de la Guerra, Strauss es detenido por oficiales americanos en su casa de Garmisch. Se dice que, mientras bajaba las escaleras, dijo: Soy Richard Strauss, el compositor de El caballero de la rosa y Salomé. Parece ser que el teniente que encabezaba la comitiva era músico, asintió con la cabeza y ahí acabó todo.

No obstante, las últimas obras de nuestro compositor evidencian a un compositor cansado, hastiado de la Historia reciente e incluso soñador, como en la obra que nos ocupa.


LAS CUATRO ÚLTIMAS CANCIONES

Una de las últimas fotografías de Richard Strauss.
La historia de esta obra póstuma no tiene muchas pretensiones, a pesar de ser uno de los ciclos de canciones más bellos de la Historia de la Música. El nombre del ciclo procede del editor del compositor, Ernst Roth, quien además determinó el orden en que debían ser interpretadas, hecho que altera el origen de la composición de estas pequeñas piezas y el orden de su composición.

A finales de 1946, Strauss se encontraba en Montreux (Suiza), donde pasaría temporadas en los últimos años de su vida. Allí leyó el pone Im Abendrot ("En la puesta de sol"), de Joseph von Eichendorff. Este nombre, que probablemente nos resulte desconocido, es uno de los poetas alemanas más famosos del siglo XIX. Apodado el cantor del bosque alemán, a sus poemas le pusieron música Mendelssohn, Schumann, Brahms y, finalmente, Strauss, quien no pudo resistirse a la belleza de los versos.
Richard Strauss y su mujer, Pauline de Ahna.

Nuestro compositor consideró la posibilidad de musicar el poema como homenaje a su mujer, la soprano Pauline de Ahna. Probablemente el matrimonio no mantuvo una relación tan intelectual (o tan novelesca) como otras parejas de la Historia de la Música (Clara Schumann con Johannes Brahms o Cósima Liszt con Richard Wagner), pero ambos tuvieron una vida feliz en común y fue inspiradora de varias obras de su marido, como Una vida de héroe o la Sinfonía Doméstica. El matrimonio se conoció en 1887 y se casaron tras unas representaciones de Tannhäuser en Weimar.

La obra fue terminada en Montreux el 6 de mayo de 1948. En el verano, leyendo una nueva edición del ciclo de poemas de Hermann Hesse, decididó musicar tres de ellos: Primavera, Al irse a dormir y Septiembre. Nuestro compositor fallecería al año siguiente sin haberse estrenado.

Cuando el ciclo llegó a manos del editor de Strauss, consideró que el poema que nos ocupa y que había supuesto el inicio de esta última obra debía cerrar el ciclo. Probablemente por su carácter emotivo y su conclusión más dilatada en lo orquestal.
Portada del disco con el ensayo general del
estreno de las Cuatro últimas canciones.

El estreno de la obra tuvo una enorme expectación ya sólo por el hecho de sacar a la luz una obra póstuma del compositor. Lo atestigua el hecho de que la soprano elegida fuera Kirsten Flagstad, probablemente en ese momento la voz más admirada del repertorio germano (aunque contaba ya con cincuenta y cinco años y había pasado su mejor momento). En este caso, estaba en mente de Strauss contar con ella para el eventual estreno, pues en mayo de 1849, unos meses antes de morir, la escribió personalmente.

El director fue Wilhelm Fürtwangler, titular de la Orquesta Filarmónica de Berlín. Londres, ciudad elegida para el estreno, en aquél momento era el núcleo de la incipiente industria discográfica, sede de las compañías DECCA y EMI. Concretamente fue un director ejecutivo de esta compañía, Walter Legge, quien en 1945 había fundado la Philharmonia Orchestra en Londres al servicio de la discográfica. Hoy la agrupación tiene su propia sede y su ciclo de conciertos, pero sigue siendo una de las orquestas mas utilizadas en grabaciones de estudio.

El estreno no fue grabado. Sí el ensayo general realizado el mismo día, que hasta hoy sigue circulando en disco. Todo ello tuvo lugar en el Royal Albert Hall y el programa se completó con el Liebestod de Tristán e Isolda y la escena final de El ocaso de los dioses, ámbas óperas de Wagner.


ESCUCHANDO IM ABENDROT

En general todo el ciclo se mueve en un lenguaje muy similar. El desbordante poder melódico de Strauss se despliega desde el principio, aquí con tintes otoñales. Las armonías son sencillas frente a otras obras del compositor y la orquestación tiene el habitual colorido, con ese tejido aterciopelado que desarrollan las trompas y vivos motivos en las flautas. Voz y orquesta conjuntan a partes iguales y se funden 

La obra ha sido una de las más grabadas de la discografía. Toda soprano importante dedicada al repertorio germánico ha grabado el ciclo en algún momento. Igualmente por lo que respecta a los directores de orquesta. No es una obra fácil, no tanto por las dificultades técnicas en sí mismas como por conseguir la sonoridad adecuada. Es una obra muy delicada, donde la voz tiene que discurrir limpia entre el entramado orquestal y éste a su vez tiene que ser cristalino. Ni cantante ni director pueden hacer alardes efectistas, es pura música que tiene que fluir limpio.

Por la facilidad de encontrar la versión y estar a cargo de dos straussianos destacados, la elegida ha sido la de la soprano Gundula Janowitz y Herbert von Karajan al frente de la Orquesta Filarmónica de Berlín, una versión sobria y equilibrada.



Wir sind durch Not und Freude
gegangen Hand in Hand;

vom Wandern ruhen wir

nun überm stillen Land.


Rings sich die Täler neigen,
es dunkelt schon die Luft,

zwei Lerchen nur noch steigen

nachträumend in den Duft.

Tritt her und laß sie schwirren,
bald ist es Schlafenszeit,
daß wir uns nicht verirren
in dieser Einsamkeit.

O weiter, stiller Friede!
So tief im Abendrot.
Wie sind wir wandermüde--
Ist dies etwa der Tod?


Hemos atravesado necesidad y felicidad
cogidos de la mano;

descansamos del camino

en el campo silencioso.


Alrededor, se inclinan ya los valles

oscureciendo el día
mientras dos alondras se alzan
ensoñadoramente en el éter.

Ven y déjalas correr
pronto es hora de dormir
y así no nos perderemos
en esa soledad.

Lejana, calmada paz
tan profunda en el crepúsculo.
Cuan cansados estamos del camino,
¿es esto quizás la muerte?



ANÉCDOTAS

UN HOMBRE SENCILLO... A VECES

Dicen de Strauss que no era un hombre humilde, pero que al final de sus días se describía a si mismo de la siguiente forma: Quizás no sea un compositor de primera categoría, pero sí un compositor de segunda categoría de primer nivel.

viernes, 8 de julio de 2016

Rapsodia para violonchelo y orquesta de Miklós Rózsa

Miklós Rozsa pasó a la historia como uno de los grandes compositores del cine épico: Ivanhoe (1952), Julio César (1953) o Ben-Hur (1959) llevan sus partituras. Un compositor de emotivas melodías, a veces incluso con sabor español en El Cid (1961), que cultivó diversos géneros sinfónicos con el aire musical inconfundible de Hungría. A él le debemos identificar la "música de romanos" como música de romanos. Poco a poco, su obra sinfónica sale a la luz. Y entre ella, tenemos la Rapsodia para violonchelo y orquesta.

Paisaje de la puszta, de Lajos Paszthory (colección particular).
FICHA TÉCNICA

Obra: Rapsodia para violonchelo y orquesta, op. 3.
Autor: Miklós Rozsa (Budapest, Imperio Austrohúngaro, 1907 - Los Ángeles, Estados Unidos, 1995).
Año de composición: 1929.
Estreno: No consta la fecha exacta. Fue dedicatario de la obra Hans Münch-Holland, primer chelista de la Orquesta de la Gewandhaus de Leipzig, quien la estrenó ese mismo año con la Orquesta del Conservatorio de Leipzig dirigida por Walter Davisson.
Duración: 15 minutos, aprox.
Discografía recomendada: Única grabación existente: Mark Kosower (violonchelo) y la Orquesta Sinfónica de Budapest dirigida por Mariusz Smolij, 2009 (Naxos).


UN COMPOSITOR QUE A MUCHOS RESULTARÁ DESCONOCIDO

Miklós Rózsa.
La producción musical de Miklós Rozsa es muy abundante si tenemos en cuenta que en ella figuran, al menos y que un servidor haya encontrado, cincuenta y siete películas, entre 1931 y 1981. Cincuenta años de carrera musical en el cine que no le impidieron componer obras de concierto: sus conciertos para violín y viola, el Nocturno húngaro, los Tres sketches húngaros, su Serenata húngara y sus dos cuartetos para cuerda conforman una pequeña parte de su obra que, afortunadamente, se encuentra llevada al disco. Y afortunadamente también en grabaciones modernas, con buena calidad de sonido, lo que demuestra que nuestro compositor ha despertado interés después de su muerte y no ha sido sólo flor de un día, o más propiamente, flor durante su vida.

Alguno podrá preguntarse cómo llegué a conocer este compositor. Las "películas de romanos" es uno de los géneros que más me han atraído, primero de niño y después por cierta deformación profesional, y entre los grandes clásicos (Quo Vadis?, Julio César, Ben-Hur), el nombre de Rozsa se colaba en los créditos. Mi interés creció cuando supe que había compuesto un concierto para violín, y desde entonces, he procurado hacerme con lo que el mercado, de vez en cuando, ha ido lanzando de este compositor.


UN ESTUDIANTE QUE PROMETE

Rózsa nació en Budapest en 1907 y allí comenzó sus estudios. Debido a sus dotes prometedoras fue enviado al Conservatorio de Leipzig, donde estudió composición con Hermann Grabner. El compositor Marcel Dupré le aconsejará marchar a París, cosa que hará en 1932, con veinticinco años.
Arthur Honnegger.

Será en París donde se le abran las puertas del cine gracias a otro compositor, Arthur Honnegger. Se trasladará a Londres y, en 1940, por azares del destino, marchará a Hollywood. En tierras inglesas se estaba rodando El ladrón de Bagdad (Ludwig Berger), a la que nuestro compositor había puesto música, pero el estallido de la II Guerra Mundial obligó a trasladar el rodaje a los Ángeles. Nuestro compositor ya no regresaría al viejo continente, estrenando sus obras con orquestas americanas. Con treinta y ocho años ganará su primer óscar, por la banda sonora de Recuerda (Alfred Hitchcock, 1945).
Rózsa con un óscar.

Pero todos estos datos no son más que acontecimientos posteriores de la obra que nos ocupa. La Rapsodia para violonchelo y orquesta, que lleva el opus 3 del catálogo del compositor es una obra compuesta en 1929, cuando Rózsa tenía veintitrés años. Con ella ponía punto y final a los estudios de composición en Leipzig y no cabe duda, de su escucha, que era un alumno muy aventajado.

El chico había comenzado a estudiar violín con cinco años, instrumento que alternaba con la viola y el piano. Con ocho dio su primer concierto, disfrazado de Mozart. Dirigió una orquesta infantil y, gracias a la finca que tenían sus padres en el campo, comenzó a amar el folclore húngaro. En ese momento, Bartók y Kodály eran afamados compositores que bebían de las fuentes folclóricas en sus composiciones, cada uno con un lenguaje propio. Rózsa también partió del folclore y elaboró su propio lenguaje, de tintes postrománticos y postulados wagnerianos en el uso del leitmotiv. Este último recurso es lo que permite que bandas sonoras de películas de larga duración mantengan la cohesión dramática a lo largo de todo el metraje. Muy probablemente, los 212 minutos de duración de Ben-Hur no serían los mismos sin Rózsa narrándonos desde el atril los conflictos internos de un príncipe judío que, despojado de linaje y fortuna, se hace a sí mismo en la Roma de Tiberio.


UNA OBRA QUE ANTICIPA LA TRAYECTORIA DE UN COMPOSITOR

Rózsa de joven dirigiendo.
La Rapsodia para violonchelo y orquesta es la primera obra importante de nuestro compositor siendo, como hemos dicho, una obra académica. Es también la primera obra orquestal, pues el opus 1 y 2 lo conforman una triosonata para violín, viola y violonchelo y un quinteto con piano. Rózsa había conseguido publicar estas dos obras antes de acabar sus estudios gracias al interés que por él había mostrado Karl Straube, organista de la iglesia de Santo Tomás de Leipzig. El mismo camino siguió la Rapsodia, publicada a los pocos meses de su composición.

Desconocemos la fecha del estreno, pero sí sabemos que el dedicatario, primer chelista de la Orquesta de la Gewandhaus de Leipzig, Hans Münch-Holland, estrenó la obra con la orquesta del conservatorio dirigida por Walter Davisson. No figura ningún tipo de asesoramiento por parte de Münch-Holland a nuestro compositor sobre la parte solista, algo que por otra parte es razonable teniendo en cuenta que fue un trabajo académico y no un encargo.

No obstante, la obra que nos ha llegado hoy no es la original, pues Rózsa llevó a cabo algunos retoques en 1962, no sustanciales. En 1988 elaboró una reducción para piano de la parte orquestal en la que volvió a introducir retoques. Esta reducción fue realizada para la grabación discográfica que llevaron a cabo los hermanos Parry y Howard Karp. La versión orquestal, correspondiente a 1962, fue grabada por Mark Kosower como solista y la Orquesta Sinfónica de Budapest dirigida por Mariusz Smolij en 2009 y es la única existente.

Podríamos pensar que Rózsa quiso engrandecer un trabajo de juventud, aparentando ser mejor joven promesa que lo que realmente fue. La versión original de 1929 nunca se ha llevado al disco, pero se encuentra publicada, por lo que es posible comparar una y otra. Se trata de algunos cortes poco relevantes, la adición de dos y de nueve compases en dos momentos puntuales y la adición de nuevo material a la parte solista en la cadencia (algo que probablemente la obra demandase, dado que al ser un trabajo académico, no pudo intercambiar opiniones con el dedicatario de la obra). En consecuencia, pequeños ajustes que no alteran la idea de juventud, pues ni modifica los temas ni los desarrollos.


LA RAPSODIA PARA VIOLONCHELO Y ORQUESTA

Se dice que Rózsa describió su obra como "seis temas en búsqueda de estilo", lo cual puede entenderse en sentido literal o como un comentario modesto, forma sutil de hablar de desorganización temática. Sea como fuere, el músicolo Stephen Wescott identificó seis motivos en la obra. Pasamos a escucharla e iremos analizándola.



La obra se inicia con solo de chelo, el cual nos introduce de forma directa los dos primeros motivos principales de la obra, de dos compases cada uno, de inspiración húngara.. Ambos se repetirán a lo largo de la obra. Flauta y violín toman el tema y lo repiten de forma etérea, con arpegios en el arpa.

El solista y la orquesta desarrollan el tema para exponerlo en toda la orquesta (1:26), concluyendo con una cadencia al más puro estilo húngaro (2:04).

El segundo tema, más ambiguo, aparece en el chelo (2:19), bastante menos atractivo. No obstante, el desarrollo lo mejora sustancialmente y, tras escuchar una reminiscencia del primer tema (2:59), la orquesta recogerá el testigo (3:35). En 3:55, el clímax orquestal anticipa el Rózsa fílmico en su más puro estilo dramático.

Una vez más, sin solución de continuidad, se nos presenta un tercer tema en el chelo (4:23) con material procedente del clímax previo. En este caso mucho más íntimo, pues la orquesta es un tenue acompañamiento. Volvemos a escuchar reminiscencias del primer tema (5:54). 

El pequeño motivo orquestal (6:38) nos anticipa el siguiente tema, que entra poco después en el chelo parcialmente (6:53) y después en la orquesta. Retoma el chelo, que ahora sí nos muestra el tema completo (7:12) para lanzarlo a la orquesta (7:33). Retoma el chelo, quien repasa motivos anteriores con tenue acompañamiento orquestal.

A continuación, se desarrolla una pequeña cadencia (9:17) en la que se irán entrelazando los motivos para retomar al primero de ellos (9:50). El clímax orquestal (10:43) nos lanza de nuevo el primer tema, expuesto en tonos conclusivos. Se repite el motivo húngaro con el que finalizó el primer tema al inicio de la obra (12:02), si bien no llegando a caer, al enlazar con el clímax final de la obra, al más puro estilo fílmico.

El último tema, muy virtuosístico, queda reservado al chelo, teniendo la última palabra (12:44). El tema pasa a la orquesta antes de volver al chelo. Solista y orquesta ponen final brillante a la obra.

Hay que decir que esta distribución en seis temas puede considerarse algo forzada, más por intentar ajustarse a la frase de Rózsa que a la partitura en sí misma. Los motivos van y vienen a veces sin una clara delimitación y no es posible saber hasta que punto son fruto de una distribución planificada o de la inspiración.

ANÉCDOTAS

MOTIVOS PARALELOS

El lenguaje de Rózsa es muy personal, y probablemente se puedan encontrar muchos paralelismos a lo largo de su obra. Escuchando la Rapsodia, a mí me ha venido a la cabeza uno: el motivo que se escucha en Quo Vadis? (Marvin LeRoy, 1951) cuando su protagonista, el legado Marco Vinicio, despierta confundido en una casa en un suburbio de Roma después de haber sufrido una emboscada nocturna. Su confusión se torna en alegría contenida cuando se da cuenta que allí, misteriosamente, se encuentra Ligia, la esclava de quien se ha enamorado. La confusión del protagonista, con un motivo inquiero en la cuerda, parece tomado de la Rapsodia (3:55). El motivo de la banda sonora de la película puede escucharse en el 2:58:



SAGA DE COMPOSITORES DE BANDAS SONORAS

Mikós Rózsa fue el maestro de otro gran compositor de bandas sonoras, más conocido por haber logrado hacerse hueco en la música popular: John Williams, quien empezó su carrera musical como asistente del primero. Aunque con un lenguaje diferente, sin reminiscencias húngaras, Williams tomó de su maestro la inspiración melódica y el dramatismo.


Tres grandes de las bandas sonoras:
John Williams, André Previn y Miklós Rózsa.