domingo, 3 de abril de 2016

Dúo para violín y viola en sol mayor de Mozart

La arquitectura de una obra de Mozart se asemeja a la de una catedral gótica: finos muros sostienen perfectamente un edificio de bellas proporciones y equilibrio que parece estar condenado al derrumbe si alguna de sus notas se desplaza. Si Mozart se ha distinguido de sus coetáneos por la estilización de las filigranas sonoras, esto se hace aún más patente en las obras de pequeño formato, incluso cuando el violín y la viola bastan para formar una obra.

Vista de la ciudad antigua de Salzburgo.
FICHA TÉCNICA

Obra: Dúo para violín y viola nº 1, en sol mayor, K. 423. 
Autor: Wolfgang Amadeus Mozart (Salzburgo, 1756 - Viena, 1791).
Año de composición: 1783.
Estreno: Se desconce. Se publicó postumamente en 1792 junto con otro dúo similar.
Duración: 15 minutos, aprox.
Discografía recomendada: Arthur Grumiaux, violín y Arrigo Pelliccia, viola (DECCA).



MARCHÁNDOSE DE SALZBURGO

Hablando del Dúo para violín y viola en sol mayor regresaremos a Salzburgo en un doble sentido. En primer lugar, porque ya hablamos de Mozart, Salzburgo y el violín a  raíz de su Concierto nº 3; en segundo, porque si al final de aquella entrada nuestro compositor marchaba a Viena, con este dúo le tenemos de nuevo en su ciudad natal.


Este retrato es el que más habitualmente se
asocia al Mozart juvenil. Realmente es una
obra realizada en 1819 por la pintora checa
Barbara Krafft, asentada en la Corte de Viena.
En aquella ocasión ya explicamos cómo era Salzburgo y en qué situación política, social y cultural se encontraba en la época de Mozart, cuando gobernaba el Príncipe-Arzobispo Jerónimo de Colloredo. También indicamos que sus cinco conciertos para violín (1775), compuestos cuando nuestro compositor contaba con diecinueve años, fueron obras destinadas al ambiente cortés del Arzobispo. Mozart consideraba que mantenía una relación servil que poco o nada le permitiría avanzar como compositor y puso fin a su estancia en la ciudad en marzo de 1781, trasladándose a Viena.

Lo que inicialmente era visto exteriormente como una colaboración puntual en la corte vienesa (fue llamado por José II, recién coronado, tras el éxito cosechado con su ópera Idomeneo, rey de Creta), se fue prolongando hasta que Colloredo lo llamó de vuelta en mayo. La relación fue tensándose, con un Mozart muy seguro de sí mismo (¿Su Gracia no está conforme conmigo?, llegó a replicarle) que acabó expulsado del despacho del Arzobispo y terminó con una suerte de renuncia por parte del músico y con su padre, Leopold, preocupado por las consecuencias.

Así las cosas, en Viena se le abrieron muchas puertas, tanto de intérprete como de compositor. Alojado en casa de una viuda, María Cecilia Weber, se enamoraría de su hija Constanza y nuestro compositor pronto querría contraer matrimonio pese a las reticencias de su padre sobre la idoneidad de la consorte. El enlace tuvo lugar el 4 de julio de 1782 a las espaldas de éste, quien sin embargo tuvo el talante suficiente para agradecer por carta a la baronesa Waldstädten el que se hubiera ocupado de la organización de la fiesta, no sin recriminar a su hijo:


Es una persona difícil de convencer, unas veces demasiado transigente
y otras demasiado soberbio. Una divergencia de opiniones que le 
convierte en un hombre indeciso. Es temario e impaciente,
incapaz de esperar, y no conoce el punto medio de las
cosas, sino que abraza siempre los extremos.

REGRESO A SALZBURGO

Constanza, en un retrato 
de Hans Hansen (1802).
Si observamos detenidamente, 
vemos como sostiene el
manuscrito con las obras de su marido.
Probablemente sea un regalo del que
después sería su segundo marido,
el diplomático Georg Nikolaus von Nissen.
Asentados Constanza y Mozart en Viena y calmados los ánimos de su padre, la cortesía exigía una visita a éste y a su hermana Nannerl. Sin embargo, nuestro compositor fue dilatando la ocasión, aduciendo unas veces la reposición de su ópera El rapto del serrallo y otras el no abandonar las clases de sus alumnos. No parece que su padre se ofendiera en demasía, pues a Salzburgo llegaban las noticias de los éxitos de su hijo, lo que le bastaba para disculparle.

No será hasta el verano de 1783 cuando la pareja llegue a la ciudad bañada por el Salzach, concretamente un 30 de julio. Allí le esperaba un padre encantado por la carrera de su hijo, a quien sin embargo parece que le aconsejaba conseguir un puesto oficial en la Corte, más estable que el régimen de profesional liberal que se había fraguado. Nuestro compositor inicialmente acudió a su ciudad natal temeroso, pues formalmente era un criado huido, al no haber firmado nunca Colloredo carta alguna de despido. Sin embargo, parece que el Arzobispo daba por zanjado este tema.

Mozart llevaba una misa cuya composición estaba muy avanzada y que tenía por objeto celebrar su matrimonio (de hecho, la soprano solista sería Constanza). Esta misa, la Gran misa en do menor, es la mejor obra sacra del compositor para quien estas líneas escribe, lo que demostraría que si era bueno cuando trabaja por encargo, era aún mejor cuando lo hacía para provecho propio o incluso sin proponérselo, como veremos con el dúo para violín y viola.

La Gran misa merece un capítulo aparte. Pero es que entre lo grande muchas veces se cuela lo pequeño, tan bello e interesante como las obras de grandes proporciones. Y así fue en este caso.

UNOS DÚOS PARA VIOLÍN Y VIOLA

Retrato de Michael Haydn,
atribuido a Franz Xaver Hörnock
La estancia de la pareja en Salzburgo se prolongaría por tres meses. Allí nuestro compositor tuvo oportunidad de retomar el contacto con alguna de sus amistades, entre ellas, Michael Haydn, hermano menor de Joseph Haydn. La relación con los Haydn siempre fue excelente. El hermano pequeño, Michael, era Maestro de Capilla y uno de los pocos músicos con los que la familia mantenía verdadera relación de amistad. Hemos de decir que los Mozart habían organizado su vida doméstica en la ciudad en torno a los altos funcionarios, médicos y comerciantes y no entre los artistas, a quienes Wolfgang detestaba por su modo de vida y sus maneras, alejadas del ambiente acomodado del que era tan asiduo.

Durante el verano, Michael debía escribir para el Arzobispo seis dúos para violín y viola. Desconocemos el destino de los mismos. Colloredo era aficionado a la filosofía y a las artes, tocaba el violín y en su despacho había sendos retratos de Voltaire y Rousseau, pero parece improbable que estos dúos estuvieran destinados para interpretación personal, habida cuenta de que tienen cierto aire virtuoso y van más allá de la simple obra para aficionado. El pequeño de los Haydn compuso cuatro de ellos, pero enfermó. El Arzobispo reclamó el encargo a la mayor brevedad, so pena de bloquear el sueldo del músico. No se sabe exactamente de quién partió la idea de que Mozart concluyera el trabajo, pero es probable que fuera él mismo, dado su carácter decidido y desprendido, quien en periodo estival y fuera de Viena, es de prever que tuviera escasas ocupaciones y estuviera deseoso de dar cauce a su genio creativo.

Michael y Wolfgang, pese a la evidente diferencia de edad (cuarenta y seis años el primero y veintisiete el segundo) mantenían un mutuo respeto y hasta admiración por su trabajo y el segundo no tuvo inconveniente alguno en terminar el encargo con sendos dúos, hoy incluidos en su catálogo como K. 423 (el primero, en sol mayor) y K. 424 (el segundo, en si bemol mayor), pero que se hicieron pasar por obra del primero.

EL DÚO PARA VIOLÍN Y VIOLA Nº 1 EN SOL MAYOR


Portada de una edición de los dos dúos
de Mozart. Ya desde la primera edición
de 1792, la autoría de los mismos no fue
discutida.
Vamos a explicar qué tienen de características y por qué merecen ser tenidas en cuenta estos dos pequeñas obras, centrándonos en la primera. Hemos de indicar que los cuatro dúos que Michael había compuesto tenían las tonalidades de do, re, mi y fa. Mozart añadió uno en sol y prefirió la de si bemol para el último de ellos. La historia de los dos dúos intrusos llega por el relato de dos alumnos de Michael, quien identificaban sin género de dudas ambos como de Mozart. Como obra suya fueron publicados postumamente en 1792 por Artaria en Viena. Este relato nos indica que nuestro compositor, que visitaba al enfermo todos los días, tardó dos jornadas en regresar con sendas copias en limpio de dos dúos que Michael firmó como suyos.

La Morgan Library de Nueva York hace figurar en su catálogo que posee la partitura manuscrita de estos dúos y ofrece la posibilidad de comprarlo en facsímil. Es probable que esta copia en limpio, como se ha venido en llamar al manuscrito que Wolfgang entregó a Michael no sea autógrafa del primero o que deliberadamente oculte la caligrafía para evitar cualquier sospecha. El hecho es que Colloredo no se percató que en la composición habían intervenido manos distintas, ni siquiera auditivamente.

Comencemos a escuchar el dúo:



El comienzo ya ofrece una declaración de principios. No sabemos si Mozart adaptó su estilo para camuflar el engaño o directamente se tomara este trabajo no sólo con fines filantrópicos sino como burla a su antiguo señor. El caso es que el inicio ofrece claras pautas mozartianas en el acorde inicial, el mordente y la bajada del violín. Pero en conjunto ofrece diferencias evidentes con los de Haydn. Se ha dicho que el compositor, cuando abandonó Salzburgo, no compuso nada más para el violín a excepción de dos cuadernos de variaciones para violín y piano nada más llegar a Viena, de carácter pedagógico. Incluso, cuando debía hacer de intérprete en un cuarteto, escogía la viola. Ciertamente el violín le recordaba la desagradable etapa de Salzburgo, lo que provoca que la viola gane en el conjunto. Si los dúos de Haydn podría decirse que en realidad son para violín con acompañamiento de viola, Mozart logra un equilibrio perfecto de fuerzas sin reparar en los aspectos técnicos.


Primera página del dúo para violín y viola en sol mayor.

A nuestro compositor le avalaba la composición de cuartetos (el K. 387, en la misma tonalidad, ha sido calificado de influencia en este dúo) y, sobre todo, la Sinfonía concertante para violín y viola en mi bemol mayor, compuesta en 1779. El equilibrio de fuerzas es asombroso, dotando a ambos de momentos de protagonismo e incluso de enfrentamiento en tensión para diluir en agradables intervalos de tercera.

La estructura del primer movimiento es el de una forma sonata en la que, sin embargo, el desarrollo posee escasos compases comparados con la exposición y la reexposición. Quizás con ánimo de no hacer alardes de genialidad que pudieran dar la voz de alarma acerca de la autoría. Para desgracia de Haydn, la comparación es odiosa y, no sabemos si deliberadamente o por natural genialidad, Mozart supera claramente a su compañero.

Una escucha de este primer movimiento nos da claras muestras del lenguaje de Mozart, que con las mínimas texturas levanta el edificio armónico sin que exista vacío apreciable. Momentos que lo atestiguan: los mordentes iniciales que nos recuerdan al movimiento final de la Serenata K. 239; el cálido segundo tema (0:59) que concluye en bellas terceras; el motivo siguiente que recuerda fácilmente a la Sinfonía Concertante o el inicio del desarrollo (3:32) y la inspiradísima conclusión del pasaje (3:37). El 4:39, que enlaza con la reexposición, recuerda nuevamente al movimiento final de la Serenata K. 239.

El segundo movimiento es de una duración mucho más breve:



Escrito en do, Mozart resuelve con facilidad el problema del excesivo estatismo en los movimientos lentos. Para ello, concede una expresiva melodía lenta al violín mientras que atribuye el movimiento rítmico a la viola a base de arpegios y escalas en semicorcheas. La línea del violín se va ornamentando según avanza el movimiento. En momentos como el 1:28 o el 2:20 la melodía pasa a la viola, si bien el violín se mantiene en una tesitura aguda para permitir distinguir claramente el instrumento grave.



El tercer movimiento, un Rondó dilatado que retorna a la tonalidad de sol mayor, muestra de nuevo el equilibrio de fuerzas entre ambos instrumentos. Reminiscencias del tercer movimiento de la Sinfonía Concertante lo encontramos en los mordentes del violín (a partir de 0:29). 

El segundo tema está cargo de nobleza (0:53). Abierto por la viola en doble cuerda, si la obra fuera para orquesta, indudablemente lo asociamos a la trompa. La llamada es escuchada por el violín, quien contesta con alegría mientras la repite para fundirse en terceras en el 1:04.

Una tercera sección comienza en el 2:04 en forma de canon durante trece compases. Mozart juega con la tonalidad menor para dar contraste al movimiento sin resultar excesivamente dramático. 

El primer tema regresa en el 3:29 con ligero desarrollo. El segundo tema regresa en 4:25 con algún guiño meloso. La obra concluye con el primero en 5:08 y una coda.

Escuchada la obra sólo cabe concluir que Mozart, con poco o con mucho, sabía levantar una composición entera sin que echemos en falta nada. Dos instrumentos bastan. Más, es innecesario.

ANÉCDOTAS

UN INTERCAMBIO DE OBRAS

Haydn quedó tan agradecido por la ayuda que le prestó Mozart que le regaló una sinfonía. también en sol mayor con tres movimientos. La obra estuvo ultimada en el otoño de ese año y se la entregó cuando ambos se encontraban en Linz.

A ella le añadió nuestro compositor una introducción lenta, recopiando todo ello. Por eso, esta obra pasó durante más de un siglo por una supuesta sinfonía nº 37. En 1907, la revisión del catálogo del compositor determinó que esta obra era de Michael Haydn y que Mozart sólo había compuesto la introducción. La sinfonía tiene un estilo más anticuado y es probable que nuestro compositor hiciera la gracia de añadirle una introducción algo más innovadora.

¿UNA FÓRMULA CON ÉXITO?

Junto a estos dos dúos, existen otros doce para violín y viola de nuestro compositor. Aunque nos hayan llegado así gracias a algunas ediciones, no son tales. Estos dúos, con número de catálogo K. 487/496a, fueron compuestos en 1786 para dos trompas. El compositor realizó una transcripción para dos violines, pero la transcripción para violín y viola es un anónimo que nos ha llegado hasta nuestros días.

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